martes, 29 de marzo de 2011

Yemayá y Orunla

Yemayá y Orunla

Patakí de Leyendas de la Santería de

Migene González-Wippler


Mientras tanto Yemayá, cuya relación amorosa con Oggún se había deteriorado, decidió dejar al irascible dios de los metales. La separación fue más o menos amigable porque ambos orishas se tenían respeto mutuo y tampoco querían provocar la ira del otro. Por consiguiente, un gran séquito de seguidores de Yemayá apareció en el ilé de Oggún y sacó todas las pertenencias de su amante para llevarlas al palacio submarino.


Por un tiempo Yemayá vivió en relativa paz en el fondo del océano, regresando a tierra sólo para visitar a su hermana Oshún y su querido hijo adoptivo Changó. Ocasionalmente asistían a las reuniones organizadas por Obatalá para discutir con los orishas los asuntos de la humanidad, o a una de las fiestas hechas por Olofi en su espacio celestial. La belleza de Yemayá que permanecía intacta a través de los años, no pasaba inadvertida entre los orishas, particularmente frente a los ojos de Orunla, el divino profeta y adivinador, mejor conocido entre sus compañeros como Ifá. Considerado por los otros orishas como el secretario de Olofi, Orunla tenía una muy alta posición en la jerarquía divina encabezada por Obatalá, y todas las decisiones importantes tomadas por los orishas eran primero consultadas con él. En esos días, Orunla usaba dieciséis conchas de cauri (caracoles) para adivinar el futuro y decidir asuntos de importancia.




El interés de Orunla en Yemayá aduló a esta, quien estimaba mucho al orisha mayor y encontraba encantadora su sabiduría, tal vez porque contrastaba enormemente con el crudo materialismo de Oggún. Ya que no quería aparecer demasiado frívola frente a él, se rodeó de una casi impenetrable altivez, pero siempre dejó suficiente espacio para la esperanza, de tal forma que Orunla no renunciara fácilmente a sus intenciones. Un día, considerando que ya había hecho esperar a Orunla suficiente tiempo, Yemayá accedió a aceptar su propuesta de matrimonio.


La unión de Yemayá con Orunla le encantó a los orishas, particularmente a Changó quien quería y respetaba al profeta, además de compartir fuertes lazos de amistad. El matrimonio parecía haber sido hecho en el cielo, como efectivamente fue, y la armonía entre Yemayá y Orunla era admirable. Las periódicas ausencias de ella para vigilar su reino submarino no incomodaban a Orunla, quien a menudo también estaba lejos en sus propias actividades misteriosas.


Por mucho tiempo todo salió maravillosamente bien entre los dos, y esto pudo haber continuado para siempre de no haber sido por la curiosidad de Yemayá. Ella había estado observando el extraordinario don de adivinación de su esposo divino, y no le tomó mucho tiempo aprender los secretos de las conchas de cauri. La inteligencia superior de Yemayá es uno de sus más grandes atributos, y ella la usó para descubrir los misterios del oráculo con la cuidadosa observación de su esposo mientras utilizaba las conchas.


Un día, mientras Orunla se encontraba lejos ocupado en sus asuntos, Yemayá decidió probar sus capacidades en la adivinación. Uno de los orishas, sin saber que Orunla estaba fuera de casa, llegó a verlo para consulta, Esta era una oportunidad para que la reina del mar probara su habilidad adivinatoria. Después de decirle al visitante que Orunla se encontraba lejos, ofreció leerle el oráculo. Y el orisha, quien estaba presionado por una respuesta y no tenía razón para negarse, accedió a dejar que ella le leyera las conchas. Yemayá leyó el oráculo con habilidad consumada, e indicó unebbó, esto es, un remedio, para el problema del orisha. Tan exactas fueron sus predicciones y tan perfectas sus recomendaciones, que el visitante solucionó sus problemas en pocos días. Regocijado con los resultados corrió la voz de que Yemayá era tan buen o mejor que Orunla que al usar las conchas de cauri para adivinación, y pronto comenzaron a acudir a ella muchos consultantes de Orunla. Sus predicciones eran tan precisas y susebbós tan milagrosos, que la fama ganada como adivinadora creció hasta eclipsar la de su esposo.


Varios meses después, Orunla, cuyos asuntos lo habían mantenido lejos más tiempo de lo esperado, regresó a su ilé. Fuera de su casa había una gran fila de personas, todas esperando ser vistas por Yemayá. Movido por la curiosidad, Orunla entró a su casa y siguió directo a su cuarto de adivinación, donde encontró a Yemayá sentada en una estera de paja sobre el piso, leyendo las conchas de cauri para uno de sus antiguos clientes.


Yemayá levantó la mirada y vio que Orunla observaba fijamente en silencio. A diferencia de changó, cuya paciencia es muy corta, Orunla nunca pierde su autocontrol. Su ira siempre es silenciosa y reservada. Esta vez simplemente miró a Yemayá con frialdad, luego dio vuelta y se alejó.


Consciente de la gravedad de sus acciones, la diosa del mar no perdió tiempo al despedir a todas las personas que habían llegado a consultarla y no atendió sus quejas. Luego empezó a buscar a su marido. Lo encontró a cierta distancia de su casa, observando malhumoradamente el lejano bosque. Ella se acercó en silencio y se sentó a su lado sobre la hierba. Orunla no la miraba. Yemayá estuvo callada un rato, y finalmente extendió la mano y tocó a Orunla.



“Estás muy enojado”, preguntó suavemente. “No era mi intención ofenderte. Pensaba que no te importaría que yo enseñara el oráculo. En realidad, creí que te agradaría. Después de todo, si ambos trabajamos en adivinación podríamos duplicar nuestros ingresos.”


Orunla no respondió. Aunque estaba sentado cerca a Yemayá, ésta sentía como si él estuviera a muchas millas. Su silencio y tranquilidad la inquietaban más que si manifestara rabia y la maldijera. En ese momento ella se dio cuenta que Orunla estaba fuera de su alcance y muy posiblemente lo había perdido.


“Orunla, mi amor, por favor respóndeme”, dijo humildemente. “No me castigues con tu silencio. Puedo soportar todo menos eso. Necesito saber lo que estás pensando.”


Orunla volteó para mirarla. Yemayá nunca había visto tanta frialdad en los ojos de su esposo. Se apartó de él instintivamente, y sus ojos empezaron a mirara de repente a un extraño. Cuando finalmente Orunla habló, su voz sonó fría y distante, como si le hablara a unas de las personas que iba a consultar su oráculo.

“El aspecto más importante en una relación entre un hombre y su esposa es la confianza y el respeto mutuo”, dijo él tranquilamente. “Sin esas dos cosas no puede haber matrimonio. Tus acciones me dicen que no tienes respeto por mí y, por consiguiente, no puedo confiar en ti. Ya que el amor se construye sobre estas fuertes bases, el vínculo que compartíamos se perdió para siempre. A partir de ahora, estás libre de cualquier lealtad hacia mí, y yo estoy libre de ser leal a ti. Ya no eres mi esposa.”


Yemayá lo miró fijamente y desconcertada. “Pero no hice nada malo”, dijo llorando. “Todo lo que hice fue tener parte en los intereses de mi marido”.


“Pero lo hiciste sin permiso”, dijo Orunla. “Si me lo hubieras pedido tal vez habría estado de acuerdo, pero no lo hiciste. Eso muestra que no tienes respeto por mí o mis opiniones. El trabajo de adivinador fue un derecho que me otorgó Olofi. Tú usurpaste ese derecho sin consultarle a él o a mí. Ya que las conchas de cauri para ti significan más que mi amor, te las daré. De ahora en la adelante, tú o cualquiera que las desee puede leerlas. Ya no las usaré como herramienta de adivinación. Con la ayuda de Olofi idearé un nuevo oráculo que sólo mis sacerdotes o yo podamos leer. Y me aseguraré que ninguna mujer tenga acceso a él”.


“Pero, no quiero el oráculo”, dijo Yemayá, casi en lágrimas. “Sólo te quiero a ti”.


“Ya me perdiste”, dijo Orunla fríamente. Si no aceptas el oráculo tendrás una doble pérdida”.


Sin decir más palabras, se paró y se alejó de su esposa. Yemayá lo miró acongojada y silenciosamente mientras entró de nuevo a la casa. Minutos después volvió a salir con algunas de sus pertenencias. Sin mirara hacia atrás, puso la mochila sobre sus hombros y se alejó hacia el bosque. Yemayá no intentó detenerlo; sabía que lo había perdido para siempre.



¿Cómo te sientes al leer esta historia? ¿Qué sensaciones se despiertan en ti? ¿Con cuál orisha de este patakí te identificas más?


De mi parte, he sentido cierta desolación y tristeza. En momentos me he identificado con Yemayá, y en otros con Orunla. Entiendo como necesaria la decisión tomada por Orunla. La aceptación de ambos, ante la pérdida para siempre del vínculo que los unía es admirable. Cuando llega el momento de marchar o de decir adiós a una relación, trabajo, amistad, ciudad, circunstancia de vida, etc… resulta necesario aceptar sin apegos ni resistencias los finales de todo proceso que vivimos. Para que se abran nuevas puertas, es menester cerrar otras.


¿Qué finaliza hoy en tu vida? ¿Qué nuevo comienza?


Ashé, mis hermanos!



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