lunes, 17 de enero de 2011

Santería. Mis experiencias en la religión

Santería. Mis experiencias en la religión de Migene González-Wippler es un hermoso libro que nos relata y revela, como para un niño, la magia de la Santería. A través de la nana María, la pequeña Migene –florecita, como le decía María– va conociendo los misterios y protocolos de esta religión afrocubana tan expandida por todo el mundo. “Olofi y Orisha son tó, florecita, usted conoce al Orisha, usted conoce tó. Na má impo’ta…”.


Si tú conoces a los Orishas, lo conoces todo.

La tierra te enseña todo pero debes rendirle tus respetos a ella siempre, hacerla foribale, para que ella te de todos sus secretos. Y siempre recuerda, los secretos de la tierra son los secretos de los Orishas.


Esta autobiografía se teje desde la voz de una investigadora y practicante que habla de sus experiencias personales en la religión. Relata detalles de las iniciaciones, la importancia y necesidad de los ebbós (ofrendas y rituales) y sus encuentros con los Orishas. A su vez, describe los poderes de los sacerdotes y explica sus razones por las reticencias que muestran al momento de discutir su religión con extraños o aleyos (no iniciados). Poderes que ven su momento de manifestación en las íntimas experiencias de la autora. Ya desde el prefacio de esta edición ampliada y revisada, González-Wippler relata la historia de su madre:

“El mismo año en que Santería. Mis experiencias en la religión fue inicialmente publicado, mi madre sufrió una embolia que la dejó completamente paralizada y cerca de la muerte. Estaba tan enferma que su médico privado me dijo que su condición era desesperada y que deberíamos prepararnos para lo peor. Estaba perturbada por las noticias. Soy hija única y siempre fui muy apegada a mi mamá. Por entonces, el babalawo Pancho Mora, a quien menciono en el capítulo 14 de este libro, estaba todavía vivo. El babalawo es el alto sacerdote de Santería, y el depositario de poderes muy reales y extraordinarios. Pancho Mora era el más viejo de los babalawos, un hombre sabio y compasivo, con mucho conocimiento. El me había dado dos de las principales iniciaciones de Santería, Elegguá y los Guerreros y el Cofá de Orúnla, lo más cercano que una mujer puede llegar a los misterios del babalawo.

Tan pronto como me enteré que mi madre no iba a sobrevivir fui a ver a Pancho Mora. Varios meses antes el anciano me había dicho que uno de sus talentos especiales era negociar con la muerte por la vida de un ser humano. Este talento estaba ligado a una de las leyendas de Santería, en la cual Orúnla, el Orisha patrón/santo del babalawo cerró un trato con la muerte. Este trato concede a Orúnla y a sus sacerdotes, los babalawos el poder de mantener a la muerte lejos de una persona sin importar su condición. No todos los babalawos tienen el poder de alejar a una persona de la muerte, sólo aquellos con cierto conocimientos.

Sabía que la idea de que algún antiguo y primitivo ritual podía salvar a mi mamá de la muerte desafiaba toda lógica, pero estaba desesperada. Y mis experiencias con Santería me habían enseñado que hay misterios en esta religión que trascienden las fronteras de la imaginación.

Cuando le expliqué a Pancho Mora la condición de mi mamá él me dijo que ella tenía que recibir varios rituales de purificación con algodón, manteca de cacao, cascarilla –cáscara de huevo en polvo– y dos palomas blancas. Las palomas debían ser frotadas cuidadosamente sobre su cuerpo y luegos liberadas para que pudieran volar lejos. Ella debía usar entonces un brazalete hecho de cuentas intercaladas en amarillo y verde, conocido como el idé o la ‘bandera de Orúnla’. El me dio el brazalete con instrucciones especiales sobre cómo debía ser puesto en su muñeca. Este brazalete era una señal para que la muerte no se llevara a la persona que lo usara. Quien lleve este brazalete no puede morir, me dijo, hasta que un acuerdo haya sido alcanzado entre la muerte y Orúnla o sus sacerdotes. Si hay razones kármicas por las cuales la persona que usa el brazalete debe morir, este debe ser retirado. Mientras sea usado la muerte no puede atacar a esa persona. (…)

No fue fácil dirigir las purificaciones ordenadas por el babalawo en una unidad de cuidado intensivo, pero el doctor de mi mamá era un viejo amigo de la familia y pude conseguir su ayuda para los rituales. Tan pronto como las purificaciones fueron hechas, amarré el brazalete en la muñeca de mi mamá. Debido a que las cuentas eran muy pequeñas el cordón en el cual estaban ensartadas era muy delgado y lo aseguré anudándolo varias veces. La única forma de quitarlo era cortando el hilo.

Tan pronto como se completó el ritual, la condición de mi mamá mejoró dramáticamente, se le quitó el respirador y aunque todavía estaba paralizada, fue trasladada de la unidad de cuidados intensivos y llevada a un cuarto semi-privado. Ella compartía este cuarto con una anciana que estaba gravemente enferma de cáncer del estómago. Varios días después fui a ver a mi mamá y para mi total asombro vi que el brazalete había sido removido de su muñeca y colocado cerca de la mesa de noche. Lo que era doblemente extraño era que el brazalete había sido removido sin desatar los nudos que yo había hecho en el hilo. De pronto me sentí oprimida, como si una sombra oscura hubiera entrado al cuarto. La atmósfera parecía irrespirable y sentí que tenía que salir para buscar aire fresco. Le dije a mi hijo, que estaba conmigo, que se quedara con mi mamá mientras salía durante unos minutos.

Tan pronto salí del cuarto sentí como si un gran peso hubiera sido quitado de mi hombros. Inmediatamente fui al puesto de la enfermera y le pregunté quién le había quitado el brazalete a mi mamá y porqué, ya que su doctor había permitido su uso por razones religiosas. La enfermera jefe llamó inmediatamente a otras enfermeras en el piso y les preguntó si algún de ella había quitado el idé. Pero ninguna de las enfermeras que estaban de turno ni las que habían estado antes sabían nada del brazalete. Sintiéndome más desconcertada que nunca volví al cuarto de mi mamá.

Tan pronto entré a la habitación me di cuenta que el cuarto estaba más ligero. Me senté cerca de mi mamá y recogí el brazalete otra vez. Miré cuidadosamente los nudos que parecían más apretados que nunca. Después de unos minutos mi hijo me preguntó si notaba algo diferente en el cuarto. Dije sólo que me sentía menos opresiva. El me dijo entonces que mientras yo había estado fuera la señora que compartía el cuarto de mi mamá había muerto. Su cuerpo había sido sacado fuera de la habitación y su cama cambiada. Mi cabello se puso de punta a medida que él me contaba la historia. De pronto recordé que Pancho Mora me había contado que la muerte no puede llevarse a nadie que use el idé o entrar a un cuarto que se use el brazalete. ¿Era la razón de porqué el idé de mi mamá había sido removido? Y ya que yo estaba también usando un idé, ¿tenía yo que salir del cuarto para que la muerte pudiera entrar? Sé que estas preguntas son incontestables. Todo lo que sé es que mi mamá vivió once años después de esta experiencia. Ninguno de los especialistas que la vio entonces puede entender cómo pudo ella haber sobrevivido tan terrible enfermedad.”

Esta gran historia de la vida de González-Wippler marca la primera de muchas otras -tan fascinantes como impactantes- que se van sucediendo a lo largo de la lectura de Santería. Mis experiencias en la religión. Historias que, para la autora, son muy comunes en la Santería. A su vez, estos acontecimientos contribuyen al crecimiento de la religión y le confieren popularidad. No obstante, la razón más importante para la popularidad de la Santería no son los poderes ganados a través de las iniciaciones y la adoración de deidades africanas, sino más bien el conocimiento de si mismo que es adquirido a través de la identificación con las fuerzas y ritmos naturales; la maravillosa integración del alma humana con el alma de la naturaleza; la comprensión de antiguos misterios, y la adquisición de una sabiduría al parecer perdida en la confusión de nuestra sociedad moderna.



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